Tacón dorado
Al guardar mi guitarra en la maltratada funda, la nostalgia
me invadió de una manera que no había sentido antes. En ese instante, quise
ponerme a llorar. Ahí se juntó todo: la alegría de haber estado en ese estudio
icónico, la felicidad de escuchar el sonido tan hermoso de mi guitarra a través
del amplificador Mesa Boogie que use en esa grabacion, la convivencia con los músicos
y los enérgicos llamados de atención del dueño del grupo que siempre estaban
presentes. Todo volvió a mí como una oleada, recordando cada risa y cada
momento tenso. Era una mezcla de emociones que me dejaba con una sonrisa
melancólica mientras cerraba la cremallera de la funda.
El coordinador del disco, fuimos, somos y seremos. Carlos Gómez,
se acercó a felicitarme con un cálido abrazo. No entendí si era de compasión o
de mérito, pero su energía era contagiosa. -"Prepárate", me dijo,
"vienen cosas muy buenas: entrevistas, eventos, y, sobre todo, la
presentación del disco". - Justo en ese momento, sentí una mezcla de
emoción y nerviosismo, que lograron que me olvidara de llorar. Todos los meses
de trabajo arduo estaban a punto de dar sus frutos.
Las oportunidades que mencionaba prometían ser una escalada de
emociones. Pensar en las entrevistas me hacía sentir como una estrella en
ascenso, mientras que la idea de los eventos me llenaba de adrenalina. Aunque
el abrazo me dejó un poco confundido, la mirada de Carlos transmitía confianza.
Al final, él había creído en mí desde el principio, y eso me daba fuerzas para
enfrentar lo que viniera.
Tal era mi emoción que olvidé que no traía dinero para mi pasaje,
solo un boleto del metro. Sin pensarlo dos veces puse mi guitarra sobre mi
espalda y empecé a caminar por la calle Mariano Escobedo, rumbo a Chapultepec, entonando
la rola 'Tacón Dorado', mis sentidos se agudizaron. El aire fresco acariciaba
mi rostro mientras el bullicio de la ciudad se convertía en una sinfonía de
vida. Cada paso resonaba en el pavimento, como un latido más al ritmo de la
canción.
Al llegar al metro Chapultepec, me subí al tren con una melancólica
sonrisa. De ahí, al metro Balderas y realicé el transbordo en dirección a
Indios Verdes, y ahora a puro caminar, sin dinero en el bolsillo, pero con el
corazón contento, comencé a caminar por las calles tranquilas de la colonia Isabel
Tola, Martin Carrera, Gabriel Hernández, vasco de Quiroga, Nueva Atzacoalco y
San Felipe de Jesús. sintiendo mis pies cada vez más cansados, hasta que
finalmente llegué a mi destino: Granjas Valle de Guadalupe. La polvorienta
atmósfera del lugar me recibió con los brazos abiertos.
A la mañana siguiente, mi amigo Ángel Ramírez me pasó un mensaje
de Charlie Hauptvogel. - "¿Qué pasó, mi Charlie? ¿Para qué soy bueno?”, -
le pregunté. Me respondió que ya tenían fecha para la presentación del disco
seria en un hotel elegante en la Ciudad de México. - "¡Vente de pipa y
guante cabron!”, - agregó. Esas palabras me rompieron el alma. ¿De dónde
sacaría ropa para esa ocasión tan especial? La idea de presentarme en un hotel
elegante sin un atuendo adecuado me estresaba. - ¿No puedo ir normal como
siempre visto? - pregunté un poco confundido. No, fue su respuesta rápida. - Tienes
que ir bien vestido guey, contestó con una risa sarcástica. - A veces, me
parece que la gente se preocupa demasiado por las apariencias, pero bueno, si
eso es lo que se espera, supongo que tendré que adaptarme pensé.
El siempre afamado tianguis de la 25 de julio fue el que me salvó
en ese momento de necesidad. Ahí, con vendedores gritando sus ofertas por todos
lados y la música sonando a todo volumen. Entre risas, gritos, leperadas y el
bullicio de la gente, encontré un pantalón de cuero bien perrón a un precio
súper barato, que no podía creer. Caminando un poco más entre los puestos,
también descubrí para mi linda esposa. Unas zapatillas negras brillantes, (de
charol pues) y un vestido de luces espectaculares de color azul muy bonito, y,
sobre todo, al alcance de mi bolsillo. y todavía me alcanzo para echarnos dos
tacos de tripa a cada uno.
Mientras nos comíamos los tacos, paso por el lugar mi amigo
Antonio Astudillo, mejor conocido en todo el barrio como "el Pa". Con
su característica sonrisa, se acercó y me comentó que había visto a Charlie en
los estudios donde estaban filmando una película llamada "Intrépidos
Punk". Yo, sorprendido, le respondí: "¿Cómo es eso, si apenas la
grabamos?"
Antonio se río y me dijo que al parecer se trataba de una versión
diferente, algo así como un spin-off o no sé qué. “Siempre hay algo raro en el
rock no te apures”, agregó con un guiño. Mientras se alejaba burlonamente, pague
los tacos y nos retiramos del lugar.
Se llegó el gran día, la presentación del disco
era en el Hotel Crawn Plaza de Paseo de la Reforma, ahora conocido como Fiesta
Americana. La cita era a las diez de la mañana, así que mi esposa y yo nos
bajamos en la estación Juárez del metro, línea tres. Desde ahí, comenzamos a
caminar por la Avenida Morelos; solo eran cuatro o cinco calles.
Sin embargo, como mi esposa llevaba unas
zapatillas nuevas, el tacón le molestaba al caminar. Cada paso era un pequeño
desafío y, para no perder tiempo, hicimos lo posible por apurarnos. Al final,
esas cinco cuadras nos tomaron unos veinte minutos. ¡chida aventura! No
obstante, la emoción del evento nos mantenía motivados, y al arribar a tiempo
todo valió la pena.
Al llegar al hotel, todo se veía grandioso.
Solo coches elegantes y lujosos arribaban al lugar, creando un ambiente de
sofisticación y exclusividad. Los maleteros, con una eficacia impresionante, se
apresuraban a ayudar a los huéspedes con sus maletas, que parecían de las más
finas y costosas.
Esta escena me provocó una ligera sensación de
depresión. Me sentía un poco fuera de lugar en un entorno tan opulento, lleno
de lujo y elegancia. Sin embargo, mi esposa, siempre tan optimista y decidida,
prácticamente me empujaba a entrar sin miedo al lugar. Su entusiasmo y
confianza me infundieron valor para disfrutar de la experiencia sin preocuparme
por las apariencias.
Con el apoyo incondicional de mi esposa, logré
dejar de lado mis inseguridades y adentrarme en el hotel. La jornada prometía
ser memorable; en el interior ya se encontraban figuras importantes del mundo
de la música y los medios.
En el vestíbulo del hotel, reconocí a algunos
rostros familiares. Estaba Charlie Hauptvogel, a su lado, Roberto (El oso) Milchorena,
reconocido bajista del rock mexicano. Carlos Gómez, coordinador y gerente de
ventas de la compañía, cuyo trabajo ha dado vida a innumerables éxitos, también
estaba presente.
Entre todos ellos, destacaba una mujer (cuyo
nombre olvide) de una elegancia impresionante. Ella era la encargada de
relaciones públicas de Discos Peerles, una de las discográficas más influyentes
del momento. Su presencia no pasaba desapercibida; su habilidad para conectar
con las personas era tan notable como su belleza.
Los reporteros de los periódicos más
renombrados de la época no quisieron perderse el evento. "La Prensa",
"El Universal", "El Heraldo", entre otros, estaban allí,
listos para capturar cada momento importante de la noche. Sabía que cada
palabra que se pronunciara podría ser la próxima gran noticia en las portadas
de estos medios.
Este encuentro prometía ser un hito en mi
carrera, rodeado de personas cuya experiencia y reputación hablaban por sí
solas. Con el apoyo de mi esposa, me sentí listo para enfrentar este desafío y
aprovechar al máximo la oportunidad que tenía ante mí.
Esta historia continuara.
© Juan Hernández Reyes. Todos los derechos reservados.
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