Sueños de Juan Hernández. Vol. Tres.

El dinero no lo es todo, pero como ayuda, su principal beneficio es que permite hacer las cosas que quieres hacer, (bueno no siempre). Así que me puse a buscar un trabajo, - algo tenía que hacer para alcanzar mis sueños, tuve que dejar mi hogar por segunda ocasión. Regresé a vivir a casa de mi abuelita: “Rebequita”, donde quiera que te encuentres te saludo con el respeto de siempre, en la colonia 20 de noviembre, (lugar donde nací). Ya que en mi querido Ecatepec no encontraba ningún lugar donde estudiar música. Conseguí, con ayuda de mi padre: Miguel Hernández. Q.E.P.D. Un trabajo en la colonia federal, muy cerca del aeropuerto internacional de la ciudad de México, (Ayudante general), en un taller de mecánica industrial. Con tanta buena suerte que el dueño del Taller me dio permiso de salir un poco más temprano para estudiar, con gran cariño recuerdo al señor: Ignacio Flores. De esa manera, por las tardes indagaba en el centro de la ciudad, el sitio deseado. En aquel entonces no había Internet para encontrar una escuela de música o algún centro cultural, compré un periódico para averiguar donde pudieran enseñarme el arte de la música y poder ejecutar algún instrumento, no sabía aún qué tipo de herramienta usaría, lo cierto era que quería ser músico y me di a la tarea de hallar esa escuela, encontré una dirección en la calle San Juan de Letrán, lo que ahora conocemos como: eje central, casi enfrente del teatro blanquita. Llegué animosamente y no era una escuela como tal, era un lugar pequeño, donde ofrecían tres clases de piano a la semana, ni tardó ni perezoso pagué mi primera mensualidad, con la tristeza que a la primera clase no llegó el maestro, ni a la segunda, a la tercera clase solo llego alguien a explicarme según, algo de notas y me pedía que cantara las notas que el entonaba, -do, re, mi, fa….. sol, en mi ignorancia notaba algo raro en él. Después supe que no era maestro. Así probé en varios lugares, de los cuales salía siempre muy decepcionado por la falta de interés de parte de esas personas fraudulentas. Una de esas tardes me puse deambular por el centro histórico, disfrutando las calles, los edificios, su gente, en la calle de Tacuba encontré el museo nacional de arte, sin imaginar que años más tarde tocaría en esa explanada alternando con las insólitas imágenes de Aurora, (después se convertirían en los caifanes) y varios artistas más. Ya en pleno zócalo disfrutaba sentarme en la banqueta y admirar el palacio nacional, el ayuntamiento y la catedral. -Que iba a pensar que saldrían también de este lugar varias rolas. Un día se me ocurrió caminar por Corregidora hacia la candelaria, era una calle muy transitada al principio, pero ya llegando a Circunvalación eran menos los transeúntes, pues si saberlo comenzaba en ese lugar la zona roja de los pobres, no dude en andarla, (sucedió lo que años después relataría en una canción), y claro me quede sin dinero. Me encantaba vagar por todo lo que hoy se conoce como centro histórico, en la calle Bolívar o en Mesones me quedaba largo rato frente de los aparadores de instrumentos musicales, (la casa Veerkamp siempre fue mi consentida), soñando e ilusionando que algún día podría tener alguno de ellos. Cierta tarde pasaba cabizbajo por la calle de Cuba frente al número 92, me detuve abruptamente, algo hizo que todo mi ser vibrara repentinamente pues me llamó la atención ese edificio bastante peculiar, me acerque a preguntar. Era nada menos ni nada más que la escuela superior de música de bellas artes.

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